El problema a partir de aquellos días de 2006 era volver a enfrentarme con el jefe de policía, que entonces parecía un chorizo a punto de reventar; en la Argentina cuanto más alto es el grado mas pesa la barriga que adorna a los policías.
Un día ocurrió, cuando caminaba solo y a buen ritmo por la costanera de Posadas, que une y separa la ciudad del río Paraná, que a esa altura es el lago infinito de la represa de Yacyretá. Decía que caminaba por la costanera cuando vi venir en sentido contrario a Su Excelencia el Inmenso Jefe de Policía de la Provincia con varios guardaespaldas en pleno ejercicio de jogging.
Los custodios eran cuatro fisicoculturistas, con camisetas apretadas y anteojos oscuros, que rodeaban al abultado comisario general en yoguineta reglamentaria. Si no me matan, estos tipos por lo menos me tiran al río, pensé. Se me ocurrió cambiar de rumbo, pero pudo más la conciencia: si el jefe tiene problemas conmigo no es porque yo haya hecho ninguna macana sino porque las hizo él. Así que enfrenté altivo el pelotón que se acercaba amenazante.
A pocos metros el comisario arrugó y se cruzó de vereda, seguido por sus guardaespaldas.