17 de agosto de 2014

El cura mentiroso


Tres personas murieron el mismo día y sus muertes fueron noticia en la sección internacional de los diarios. Dos eran de Hollywood y una de Liberia. Hollywood es como decir el paraíso en la tierra. Liberia en cambio se ha vuelto un infierno por culpa del ébola, ese virus que contagia y fulmina sobre todo después de la muerte: parece que no hay nada tan peligroso como tocar un cadáver con ébola. Lauren Bacall andaba ya por los 90. Había sido la mujer de Humphrey Bogart y era la más bonita, como son todas las actrices de Hollywood. Robin Williams era un actor divertido que nos cambió la vida a los de una generación con La sociedad de los poetas muertos, cuando aconsejaba a sus alumnos de un colegio secundario de los Estados Unidos que aprovechen el tiempo, que lo gasten intensamente y hagan algo maravilloso con sus vidas.

Miguel Pajares es el tercero. Murió de ébola en un hospital de Madrid luego de ser transportado en un avión sanitario desde Monrovia, la capital de Liberia. Salieron fotos en los diarios porque lo trasladaron unos paramédicos vestidos de astronautas en una cápsula a prueba de contagios. Pajares, de 75 años, era un cura misionero que atendía un hospital en esa ciudad asolada por el virus. El director del hospital, también misionero, había muerto de ébola en esos días y en el edificio quedaron aislados unas monjitas y dos asistentes esperando saber si habían contraído el virus. No hay otro modo de luchar contra el ébola que aislar a los que lo padecen hasta su muerte y después hay que incinerar sus cuerpos con una asepsia total. Y a los que pueden haberse contagiado también hay que aislarlos hasta que pase el período de incubación y se sepa si tienen o no el virus; si lo tienen están sentenciados.

Además de ser cura de la orden Hospitalaria de San Juan de Dios, Pajares había estudiado enfermería y llevaba 18 años de misionero, los últimos siete en el hospital San José de Monrovia, ayudando a los más miserables de un país de pobres y desnutridos en el que la ignorancia hace estragos. Parece que en muchos lugares de África acostumbran lavar los cuerpos de los muertos, así que cada entierro contagia a decenas de parientes del muerto, que a su vez, vivos y muertos, contagian a otros en una progresión que parece imposible de parar.

Después de esta historia es paradójico, digo yo, que Robin Williams haya terminado sus días millonario, deprimido y colgado de su propio cinturón, mientras estos misioneros mueren por ayudar a unos seres humanos a quienes ni siquiera conocen. También es una paradoja que si escribimos Miguel Pajares en el buscador de la Wikipedia aparece solo un arquero del fútbol peruano al que le dicen Miguelón. Por eso pienso que lo de verdad paradójico sería que nos conmueva más la noticia de Robin Williams que la de Miguel Pajares. Pero así es la fama y la opinión pública: Robin Williams, Lauren Bacall y Miguelón necesitan la fama, mientras que el cura Pajares ni la necesitaba ni la quería, preocupado solo por hacer lo que Dios le había pedido.

Y ahora tengo que decirles a algunos lectores que lo siento, porque a esto sólo lo entienden cabalmente los que creen en Dios. Es que me viene como anillo al dedo lo que escribía en esos días el periodista español Rafael Latorre en un blog que está de moda. Pero para qué se lo voy a contar si lo puedo copiar:

Yo soy ateo. No agnóstico. Ateo. O sea, que estoy convencido de que los curas se pasan la vida creyendo en una mentira. Creo, además, que toda mentira es dañina. Y de sobremesa en sobremesa exhibo con arrogancia mi materialismo. Pero la coquetería me dura hasta el preciso instante en que me entero de que un misionero se ha dejado la vida en Liberia por limpiarle las pústulas a unos negros moribundos. Entonces me faltan huevos para seguir impartiendo lecciones morales. Principalmente por lo aplastante del argumento geográfico. Él estaba allí con su mentira y yo aquí con mi racionalismo.