Ya se sabe que en los Estados Unidos se habla en castellano... bueno y también un poco en inglés. Y ningún latinoamericano se siente extranjero entre los gringos, sea el estado que sea. Lo que no se entiende es por qué nos dicen latinos o hispanos a los incas, aimaras, guaraníes, achuares, aztecas, mbyás, tehuelches, araucanos... Es por lo menos una contradicción de la historia llamar latino a un aborigen americano, y también a un alemán, un sirio-libanés o un judío de nuestras pampas, tan americanos hoy como los llamados blancos en Norteamérica.
En el 2050 uno de cada tres estadounidenses será de origen hispanoamericano, los de origen mexicano habrán superado a los que vinieron de África y el presidente se llamará Wáshington Fernández, me la juego. Y si seguimos sumando años verá que en el 2100 ya seremos mayoría absoluta. La razón principal es la tasa de natalidad: los hispanos tienen los hijos que los digamos europeo-americanos no quieren tener.
Pero no solo les ganamos a la hora de procrear americanitos de pelo chuzo, también se han impuesto en los Estados Unidos los sabores, los colores, el movimiento y la belleza latinoamericanos, que han corrido al rincón del olvido al sosísimo modelo Doris Day.
La belleza sin esfuerzo es la ventaja latinoamericana que ganará siempre. Contra ella perderán los gringos cada vez que lo intenten, hasta que llegue Wáshington Fernández a la Casa Blanca.