El supermercado es uno de los inventos más antiguos de la
humanidad. Lo que pasa es que hace 4.000 años no tenía escaleras mecánicas ni
aire acondicionado, pero salvo eso y algún otro detalle, son lo mismo: el lugar
donde se concentra la oferta y la demanda de los bienes de uso diario de todas
las casas de una ciudad o pueblo. Ese es todavía y después de milenios nuestro
segundo hogar: allí nos pasamos horas disfrutando de lo que podemos comprar y soñando
con lo que no podemos, nos encontramos con nuestros amigos, parientes y vecinos
y hasta disfrutamos de unas cuantas tostadas con quesito cada vez que pasamos
haciéndonos los tontos frente a la promotora de Mendiqués. Dicen que hay gente
que se entretiene llenando carritos que después deja abandonados en un pasillo
del súper: durante un buen rato compran todo lo que quieren como si fueran ricachones
pero después salen con un rollo de papel higiénico por las cajas de embarazadas.
En la plaza del mercado nació también el periodismo cuando alguien que sabía contar historias relataba los sucesos cercanos y
lejanos. Y también en el mercado se contrataban los obreros que necesitaba el
señor para construir su castillo o el obispo para su catedral. Y en
el mercado se izaba el banderín de enganche para la guerra que tocaba en ese
momento. Y desde que hay mercados pasa lo que pasa. Imagínese que el rey (o el
duque, o el obispo) dijera que los comerciantes le están robando a los
ciudadanos porque aumentan los precios sin decir agua va. Antes, como ahora,
los parroquianos los hubiéramos escarmentado asaltando sus tenderetes de
melones, gallinas y cacerolas y que le vayan a robar a sus abuelitas.
Cada tanto en la Argentina saquean algunos chinos, supermercados, híper, maxi, giga y jumbomercados y también megatiendas de televisores, lavarropas y heladeras. Si vamos a robar, mejor que un paquete de fideos nos viene un plasma de 65 pulgadas de esos que nos regalan partidos de fútbol multiplicados desde la vidriera. Dicen que siempre ocurre cerca de la Navidad, cuando queremos que se
realice el milagro del regalo para todos. Y si no lo puede comprar Papá Noel,
me lo regalo desde la góndola yo mismo, que para eso están ahí expuestos y
nadie nos molesta si entramos unos cuantos en tropel.
Lo que pasa es que esas cosas no son nuestras y llevarse un
plasma de esos que muestran fútbol desde la vidriera, no es una proeza sino un delito igual
que robarse un chicle de un maxiquiosco o una bolsa de billetes del banco de la esquina. De vivos no tenemos un pelo cuando nos
quedamos con lo que no es nuestro; tampoco de buena gente, aunque las
autoridades nos den mal ejemplo cuando se roban hasta la fábrica de hacer
dinero. Que otros roben, maten o degraden la naturaleza, no nos autoriza a
hacer lo mismo a nosotros.
Si pensamos que se puede robar cuando vamos en montón es porque lo que nos da vergüenza no es robar sino que nos pillen. Perdimos esta batalla cuando dejamos de educarnos entre nosotros. Hace 70 o más años los edificios más importantes de las ciudades eran las escuelas. Hoy son los casinos. Así nos va.
Si pensamos que se puede robar cuando vamos en montón es porque lo que nos da vergüenza no es robar sino que nos pillen. Perdimos esta batalla cuando dejamos de educarnos entre nosotros. Hace 70 o más años los edificios más importantes de las ciudades eran las escuelas. Hoy son los casinos. Así nos va.