Cualquiera que viaje por Europa se encuentra con restos de edificios en mejor estado que nuestras ruinas, aunque tengan una antigüedad de miles de años. Baste con mencionar el Acrópolis de Atenas, el Coliseo de Roma, el teatro de Mérida o las arenas de Nimes, donde sigue habiendo corridas de toros como hace 2.000 años. Pero eso no es nada: Europa está plagada de iglesias románicas y góticas en pleno uso y son todas anteriores al descubrimiento de América, igual que cantidad de castillos y palacios. Muchos puentes que todavía hoy se usan fueron construidos en la edad media o en la época de los romanos. También y gracias al mantenimiento hay muchas iglesias y edificios con más de 400 años y en perfecto estado en nuestra América.
Lo curioso no es que esos edificios tan antiguos se hayan conservado a pesar del tiempo y de sus inclemencias. Lo curioso es que Europa que las alberga ha sido el campo de batalla de mil guerras desde que se tiene alguna memoria a nuestros días. Y también es curioso que al visitar ese campo de batalla no encontramos ruinas sino los edificios que estaban antes de la batalla y en perfecto estado. Es que las guerras y batallas han sido –no hay bien que por mal no venga- la consecuencia directa de que esos monumentos estén como nuevos: los han reconstruido una y otra vez con los adelantos que antes no tenían. Así resulta que hoy puede usted alojarse en un castillo medieval, pero con luz eléctrica, calefacción, baño, agua caliente, ascensores, aire acondicionado…
Cuando los jesuitas fueron obligados a dejar las misiones algunas estaban terminadas y otras en plena construcción. La actual parroquia del pueblo de San Cosme, en Paraguay, ocupa la antigua iglesia de la reducción. La nueva, grande y capaz, son apenas cimientos porque nunca pasaron de allí. Algo parecido ocurre con Jesús, también en Paraguay, que no está en ruinas sino a medio construir.
En la provincia argentina de Misiones y en el antiguo territorio de las misiones del Guayrá, que incluye a las regiones vecinas de Brasil y Paraguay, existen 30 antiguos pueblos en los más variados estados de conservación o de construcción. Y en lugar de reconstruirlas y ponerlas en valor hemos intentado conservar sus ruinas, algo que para colmo cuesta el doble de trabajo.