Una sola vez estuve en la cárcel. Fue en la Unidad Penitenciaria 13 de la provincia de Buenos Aires, en Junín. Hablé con varios presos –internos los llaman– y todos eran inocentes. Después me explicaron que hasta los más contumaces delincuentes declaran su inocencia ante quien los quiera oír y siempre que no sean otros internos. En las cárceles el orden de jerarquía lo establece la gravedad del delito que purgan, así que para adentro es mejor ser peor.
Quizá sea desde entonces que tengo la convicción de que las
cárceles no sirven para nada y que ahí están los perejiles, aunque sean
homicidas, ladrones, violadores, piratas del asfalto, contrabandistas o
narcotraficantes. Los verdaderos delincuentes andan sueltos por la calle,
algunos tienen cargos públicos y son culpables de los delitos de los que están
adentro porque jamás se ocuparon de la promoción y la educación de las personas
más vulnerables.
Nunca me expliqué por qué el ser humano es capaz de quitar
la libertad a sus semejantes. En realidad lo que no me explico es que nos
horrorice la tortura y la pena de muerte mientras
quitamos el don más preciado a nuestros congéneres. Privar de
la libertad es la peor de las torturas y la mayoría preferimos estar muertos a
no tenerla.
Para colmo las cárceles se han convertido en universidades
del delito, caldo de cultivo de terribles enfermedades y cámara de tortura por
el dedicado esmero que ponen en hacer sufrir los propios colegas de infortunio y
a veces también los malos carceleros. Tampoco me explico, por eso, la expresión
“que se pudra en la cárcel” que implica el deseo de un castigo extra además de
la falta de libertad y como si eso no fuera suficiente.
Algún día las cárceles serán lo que ahora las mazmorras de
tortura de los castillos medievales o los campos de exterminio nazis que visitamos
asombrados cuando andamos de turistas por Europa. Será cuando la humanidad
descubra que hay que querer y perdonar a los delincuentes y tratar de averiguar qué les
pasa, pero para remediarlo.
Conseguiremos mejores resultados si en lugar de castigarlos les pagamos los estudios en una buena universidad y un viaje a Disneylandia.
Conseguiremos mejores resultados si en lugar de castigarlos les pagamos los estudios en una buena universidad y un viaje a Disneylandia.