6 de agosto de 2007

Mihua

En el año 1983 Sendero Luminoso comenzó a atentar contra las torres de alta tensión que alimentan de energía varias ciudades del Perú. Muchas noches Lima quedaba en tinieblas, oscura como la sombra del carbón. No solo falta la luz cuando no hay energía eléctrica: no hay televisión, ni agua, ni calor, ni frío, ni semáforos, ni radares, ni lanzaderas, ni rotativas, ni los millones de zumbidos que arrullan los oídos en las ciudades. La negrura atrapa en lugares insólitos: en la ducha, en un ascensor, en el quirófano... algunos se mueren porque la energía no les marca el paso. Las heladeras pierden sentido y la comida se echa a perder. Cierran las oficinas, las tiendas, los bares y algún vivo se roba lo que puede del supermercado. Por las calles deambulan quienes intentan volver a sus casas a tientas y tropezones. En la oscuridad absoluta no se sabe qué pasa ni qué hay que hacer. Los que están en su casa no se atreven a salir y solo les queda la zozobra de esperar al marido, a la mujer o a los hijos. No había teléfonos móviles entonces, pero sin energía en las antenas tampoco hubieran funcionado. Muchos limeños, aterrados, se hundían en la ansiedad. A las tinieblas se agregaba la explosión de algún coche bomba, los secuestros y las masacres. Sendero Luminoso asesinó a más de 31.000 personas en esos años.


Entonces la voz de Miguel Humberto Aguirre –Mihua para todo el mundo– acompañaba a los limeños desde los estudios de Radio Programas del Perú. Cuando empezaron los atentados, en RPP compraron urgente dos generadores, uno para el estudio y otro para la antena de transmisión. Así se mantuvo en el aire, y en medio de la inmensa ansiedad, Mihua acompañaba y contenía a los oyentes con simpatía y le quitaba dramatismo al apagón: lo contrario de lo que buscaba Sendero Luminoso. Hoy los limeños reconocen a Mihua cuando habla. Lo he comprobado al acompañarlo en un taxi, andando por la calle o al pedir el menú en un restaurante. Todavía le queda un dejo chileno a este periodista que vive en el Perú desde el 15 de septiembre de 1973. Por casualidad estaba afuera de su país -en Brno, entonces Checoslovaquia- cuando el golpe de Pinochet. Y ya no volvió a su patria hasta el plebiscito que en 1988 le dijo no al general. "No quería pedir permiso para entrar a mi país" se excusa restándose importancia. Entonces ya era tarde para otra mudanza familiar y se quedó en el Perú.

La voz de Miguel Humberto Aguirre en los apagones de Lima sitiada por Sendero Luminoso es un paradigma del periodismo que cambia la realidad en lugar de mirarla desde afuera. Mihua no relataba el apagón: lo sufría junto con sus oyentes a quienes animaba, contenía y calmaba. En Radio Programas del Perú estaban seguros de la misión que debían cumplir en ese momento de la historia del país, pero también sabían muy bien que una radio siempre debe estar en el aire y con potencia. Hoy es la emisora con más audiencia y más credibilidad del Perú. También la más querida por los peruanos.

2 de agosto de 2007

Iberia y Alcazarquivir

José Saramago es un provocador infatigable y entretenido: hasta cara tiene de pícaro. Acaba de profetizar la integración de España y Portugal en una divertida entrevista que publicó Diário de Noticias de Lisboa el pasado 15 de julio. El nuevo país se llamará Iberia, producto de la unión de ambos y no de la anexión de uno por el otro. Madrid, en el centro de la península, seguirá siendo la capital. Portugal mantendrá su independencia cultural, como Cataluña, Galicia o el País Vasco y convivirán juntos en el espacio común europeo. La línea aérea no tendrá que cambiar de nombre y los reyes podrán volver a Estoril. Don José piensa que sería mucho más provechoso para España y Portugal integrar un país fuerte y poderoso, que haga oír su voz y sentir su peso en Europa como Francia o Alemania. Al final, las diferencias son tanto menores que las semejanzas y la unidad geográfica de ambas naciones es incontrastable. Saramago mismo es una muestra de ello: aunque nacido portugués, vive hace catorce años en Lanzarote (Islas Canarias) y su mujer es granadina.

El 4 de agosto de 1578 se libró la batalla de Alcazarquivir, cerca de Fez, en el norte de África. Es conocida también como la batalla de los Tres Reyes, porque allí murieron Sebastián de Portugal y los sultanes Muley al-Mutawajil y Abd el-Malij. Sebastián, con 24 años, había cruzado el estrecho con 16.000 hombres para auxiliar a Mutawajil en sus pretensiones al trono de Marruecos contra Malij, pero parece que andaba queriendo quedarse con una parte del reino magrebí y había prometido matar a todos los judíos de Marruecos si ganaba. Dicen que no había familia portuguesa que no tuviera un muerto en Alcazarquivir. También pelearon y murieron españoles, alemanes y franceses. Y los judíos de Marruecos todavía celebran su buena estrella.

Pero la consecuencia más interesante de la batalla de Alcazarquivir fue la unión de los reinos de España y Portugal. Felipe II, que era tío de Sebastián y nieto de Manuel II de Portugal, aprovechó el trono vacante y sin herederos para reclamar sus derechos y mandó a Lisboa al Duque de Alba con tropas suficientes para asegurarse la sucesión. Fue así que, desde 1580 hasta 1640, España y Portugal fueron un solo reino, como le gusta a Saramago. Y América también fue una sola porque se borró durante esos años la línea de Tordesillas. Todo era Iberia, desde los Pirineos a Lisboa y desde Oregón a Tierra del Fuego. Hasta el Amazonas y el País de la Canela, la indomable Nueva Andalucía, que Francisco de Orellana intentó conquistar primero desde Quito y luego desde el Atlántico.

No es la primera ni la segunda vez que España y Portugal piensan en la Unión Ibérica. Siempre existió entre ambos países un germen que tiende a juntarlos, nacido de la evidente unidad geográfica de ambas naciones y del sentido del destino común. En el siglo XIX intentaron más de una vez la unión dinástica de las coronas de España y Portugal para convertir a la península en un solo reino y hasta se creó una bandera que mezcla los colores de España y Portugal en cuatro partes iguales.

La unión de dos reinos por sucesión o por matrimonio era perfectamente natural a los contemporáneos de Felipe II y el pobre rey Sebastián. Pero si hace 50 años nos decían que iba a dejar de existir Alemania Oriental nos hubiéramos reído. Checoeslovaquia era una sola palabra, pero ahora resulta que son dos países. La Unión Soviética no solo cambió de nombre: desaparecieron la Unión y el Soviet. Ceilán ahora se llama Sri Lanka, y Birmania, Unión de Myanmar… Moldavia, Bielorusia y unos cuantos más estaban escondidos detrás de una cortina. Timor Oriental se desprendió de repente de Indonesia. Formosa figura en el mapa pero no existe para casi nadie por las presiones de China.

A la vez que se borran las fronteras entre los países se exacerban las nacionalidades más pequeñas, localistas, basadas en la tradición del propio valle, necesitadas de su folclore y del ancla en el terruño. Es un movimiento centrípeto producido por su contrario, centrífugo, de los grandes bloques continentales. Hoy pueden Portugal o el Algarbe integrar perfectamente las autonomías españolas como una más, sin que se mueva un pelo a nadie. De hecho, Cataluña es más independiente de España que Portugal, hipercolonizada por empresas españolas. Y es más probable encontrar una bandera española en Londres que en Bilbao. Vamos hacia un mundo de localismos que conviven en grandes bloques, como hace siglos ocurrió con los imperios, que cambiaban por conquista o matrimonio las fronteras anchas de sus dominios pero no las pequeñas de sus comarcas. No es una novedad para los analistas de la realidad mundial, pero es una de las más notables características de nuestra era, que cambiará el modo de ver el mundo, también en nuestro continente. Y José Saramago no es poca autoridad para anunciarlo.