En Nicaragua los volcanes se aprietan al poniente, entre el Pacífico y dos inmensos lagos que desaguan en el Caribe. La Costa Mosquito es un relleno pantanoso y desierto que Gran Bretaña pretendió para sostener un reino amigo en el istmo, cuando las grandes potencias se peleaban por cumplir el viejo sueño de Carlos V de abrir una brecha entre los océanos. Norteamericanos y europeos remontaban esos ríos y lagos y cruzaban entre los volcanes para llegar a California cuando todos suponían que el tajo se abriría por allí. Pero un día desafortunado los nicaragüenses acuñaron una estampilla con el Momotombo eructando lava sobre el lago de Nicaragua: una maravilla de la naturaleza. La aprovechó el lobby panameño para asustar a los inversores norteamericanos.
Nunca abandonaron los nicaragüenses las esperanzas de abrir su propio atajo. Lo que no se logró en el siglo XIX lo pueden conseguir ahora, cuando las exclusas de Panamá no pueden contener las inmensas necesidades del tráfico con barcos imposibles de imaginar en 1900. El Momotombo algún día no muy lejano será un espectáculo para las tripulaciones que naveguen por las aguas mansas del Gran Canal de Nicaragua.
Desde mediados del XIX los Estados Unidos también intentaba poner una pica en el istmo. En esa época los demócratas de León andaban ofendidos contra los legitimistas de Granada cuando se enteraron de que William Walker, un gringo periodista y aventurero, estaba ocioso después de fracasar su invasión al estado mexicano de Sonora para anexarlo a la Unión. Se agarraron del clavo ardiendo mientras Walker agradecía al cielo su buena fortuna. Llegó a Nicaragua con 57 filibusteros y la excusa perfecta para adueñarse del país. El 12 de julio de 1856 se declaró presidente de Nicaragua. Antes se había hecho católico para cumplir con la constitución y se instaló en la mejor casa de Granada. Pero las pretensiones del tío Billy iban en contra de las británicas que también querían una parte o toda Nicaragua para su proyecto de canal. Perseguido por los británicos, el 1 de mayo de 1857 se entregó a un capitán norteamericano en la bahía de San Juan del Sur. Volvió a los Estados Unidos como un héroe y hasta lo recibió el presidente Buchanan. Regresó dos veces más a Nicaragua con intenciones de rescatar lo perdido, pero agotó la paciencia de los británicos que lo capturaron y lo entregaron a los hondureños. Fue fusilado y enterrado en Trujillo el 12 de septiembre de 1860. Había cumplido 36 años.
Las dos ciudades antiguas y antagónicas de la época española se calmaron solo cuando eligieron para capital un pueblo a orillas del lago de Managua. Así nació en 1857 la nueva capital, con promesas de paz y prosperidad, equidistante de las dos antiguas ciudades coloniales. Fue fácil rehacerla después del terremoto de 1931 porque no había crecido mucho a pesar de albergar el poder y unas pocas misiones extranjeras. A partir de 1940 la dinastía Somoza trazó la moderna Managua: construyó el nuevo palacio legislativo, la casa de gobierno, la estación de trenes, el hospital de la Guardia Nacional, hoteles, bancos... hasta que los destrozó el terremoto de 1972.
No desaparecieron los retratos de William Walker a pesar de sus crímenes y desventuras. En Nicaragua lo cuentan entre sus presidentes aunque lo traten de filibustero y celebren su fiesta nacional el aniversario de la batalla de San Jacinto, cuando el General Estrada lo batió en 1857. No es ingenuidad; es sabiduría: la verdad es la verdad, aunque duela y más vale respetarla con nobleza y sencillez. Son los cínicos desarrollados del primer mundo los que creen que pueden cambiar la historia para cuadrarla a su gusto.